martes, 2 de junio de 2009

Una noche como no-cualquier otra


Fui al bar con la misma actitud con que a veces me dispongo a cocinar: sin saber exactamente qué voy a hacer pero con la expectación de poder tragar lo que haga. Mi trabajo como Barman era sólo una faceta más en mi vida, una de esas historias de persona-función. Para ser más claro: aquella noche no deliberé acerca de lo que pensaría mientras trabajara, ni de si obtendría alguna ganancia de ello, ni de si sería una noche como cualquier otra, en la cual soy la causa y la solución, o si alguien se fijase que hay algo más atrás del muchachito pintón que sirve los tragos y coquetea con todas. Nada de eso me importó porque a nadie importaba demasiado, y eso –se sabe- hace que ciertas cosas sean mucho más insignificantes.

Servía un margarita cuando la vi cruzar por la puerta de entrada del bar. Estaba vestida casual y su mirada buscaba mis ojos manteniendo una seriedad poco común para la situación que evidentemente se estaba por dar. Se arrimó hasta la barra. Ahí estaba ella, con su pelo lacio suelto y una sonrisa disimulada detrás de unos labios bien cerrados. Era decididamente compradora; cualquier hombre en alza sería capaz de entregarse ante tal actitud, ella sería capaz de tomarse incluso un Bloody Mary con tal de hacerse la sexy ante mí. Así que ella se sentó ahí, en una banqueta, y me miraba fijo. Intenté esquivar su mirada pero era evidente que había venido a buscarme especialmente a mí; como buitre sobre la carroña. Traté de dar un aire de normalidad a la situación. ¿Qué diablos hacia un martes aquí, a esa hora y de esa forma? Mostré mi mejor sonrisa, me acerqué y la bese con un calido movimiento de mis labios. Le pregunté que le gustaría tomar y, en una forma dubitativa y pensante, me pidió un Fernet y si era posible otro de esos besos.

Se relajó sobre el respaldo y clavó la pajita en su boca. A veces pienso en la comedia que montamos para vivir, en cómo nos interpretaríamos si fuésemos capaces de observarnos como a unos extraños conocidos. En fin. Ahí estaba yo, un martes cualquiera, preparando un Fernet más, encantando con un beso a alguien que creía, que para mí más que cualquiera, todo era así de simple.

Le decían Brisqui. Y como Brisqui estaba de joda, yo pasé mi tiempo entre sirviendo por la barra y algún diálogo conocido. Cada tanto se trepaba a la barra, apoyándose sobre mis codos y me alcanzaba un beso. Las horas fueron pasando entre tragos y empecé a notar en su cuerpo esa liviandad etílica, esa sensación de que todo es posible, de que el mundo no importa más que porque estamos ahí, en ese momento. Y entre beso y beso –oh, problema- me puse a prestar atención.

Brisqui me miraba mientras sacudía la coctelera; mientras abría la caja; mientras sonreía a la propina. Debe haber notado que todas me querían seducir y ella, a esa altura y ante semejante revelación, quiso más. Así que repitío eso de doblarse sobre la barra, sacar culo y armar un pico con su boca para besarme, y de pronto me encontré con su mano bajando hasta mi pantalón. No pude evitar sonreirle por lo que me hacía, me apretó desde la cola hasta los huevos, y me susurró: “Necesito que me cojas”. A lo que le contesté: “Son dos”.

Me pidió otro Fernet y sacó de su bolsillo un cigarrillo de marihuana. Estaba en la caja cuando una conocida se acercó y le pedí que me hiciera un favor. Ella había vaciado la mitad de su vaso cuando alguien le rozó el cuello. Sin mirar, tomó la mano que la había acariciado y se la metió en la boca. Todo parecía en orden y en progreso.

Se bajó de la silla y siguió a la chica rubia que le había enviado. El bar tenía una puerta detrás de la barra que llevaba a una habitación muy chica. El lugar estaba lleno de muebles, vasos y un gato, mascota del lugar, que solía dormir sobre los bolsos que los bailarines dejaban mientras hacían su show.

Mirella la debe haber llevado hasta el cuarto con la tranquilidad con la que suele moverse. Ella debió deslumbrarla con su belleza al punto de seguramente celarla por tal. Nos acostábamos a veces pero por el papel que ambos cumplíamos en este triste mundo, ser bellos y cuasi objetos de las fantasías de la gente normal.

La música no dejaba de soñar pero dado que la habitación estaba contigua a la pared de la barra, podía percibir unos ligeros murmullos. Su mirada analítica desnuda las almas y habla en un lenguaje silencioso que sólo –y los más bajos –instintos pueden oír. La imagino como tantas veces en que se paraba a encender su cigarrillo, mirándome desde lejos, y provocando con el raspado de ese fósforo una combustión mágica del fuego en mi interior, el cual me llevaba a sentir deseo y la necesidad de saber quién tenía más para dar.

Esa noche, Brisqui había venido como cualquier otra noche. Una chica treintañera, con un probable pasado amoroso tormentoso, que acabó por retraerla a los márgenes comunes de la sociedad. En ocasiones solíamos acostarnos como con cualquiera que buscaba en mí la satisfacción de sus deseos momentáneos y efímeros. Como quien usa un hisopo para penetrar sus conductos auditivos, eliminar sus secreciones a través de un leve placer que provoca la introducción y movimientos suaves en el interior del oído, pero que luego es arrojado a un cesto de esos que están al lado del inodoro, porque no tiene más función que esa para la cual fue usado.

Terminaba de hacer algunos tragos cuando me acerque sutilmente a la pared para notar la casi imperceptible vibración en las botellas que se encontraban en la repisa de la pared. Pude sentir al otro lado los gemidos, al otro lado del muro, de dos mujeres que sacudían el espacio entre las dos afectando a todo el entorno. De repente, el estallido. El orgasmo de una mujer cuya vida es como cualquier otra, que busca la simplicidad en la noche conformándose con el mero acto de cumplir con sus necesidades básicas sin importar lo banal que tuviera que comportarse. Sin embargo, aunque ella no hubiera podido ver más allá de mis ojos claro, mis rastas oscuras y mi cuerpo torneado, yo había podido ver más allá de una chica oficinista, de esas que trabajan nueve horas vestidas de pollera a la rodilla, rodete hecho con un lápiz y anteojos de leer; más allá de la vida pacata de una persona que empieza a complacerse con lo mínimo que cree poder conseguir sin siquiera pensar en intentar buscar una nueva forma de ver la vida.

Cuando entré ella ya estaba parada y con los pantalones puestos; Mirella seguía en posición horizontal bailando árabe. Caminó hacia mí, pasó su mano por mi boca, me besó en la frente y salió de la habitación. Me uní a Mirella en agradecimiento por haberle dado una nueva experiencia a alguien que subsumida en el mundo trivial de los consumidores, no tienen la valentía de mirar desde el otro lado como los productos que mueven su vida, ven el hecho de ser un mero objeto lúdico de deseo. Ahí en esa habitación, un hisopo limpia a otro; meros objetos que otros utilizan para dar sentido a sus patéticas vidas.
Volví a mi casa contando las horas que faltaban para que tuviera que despertarme y ponerme a repasar mis papeles y proyectos; la fusión fría de átomos no estaba lejos de ser descubierta.

5 comentarios:

MQDLV dijo...

Bueno, HQDLV, dejame decir que acá, parece, le estás encontrando el gusto a escribir, imprimiendole al texto tus pensamientos y cuestiones. Liberador, ¿no?

Anónimo dijo...

A veces, aunque parezca que una oficinista es una mujer que vive en el mundo trivial de los consumidores, seguramente, como brisqui, tiene la valentía de traspasar la línea y mirar un poco del otro lado. Te lo juro, pasa, y aún sabiendo que solo es un mero objeto del deseo, de su hombre, o de un hombre cualquiera. Y al día siguiente vuelve a ser oficinista recatada, común, sencilla, de la que nadie diría.

Andra Sitt dijo...

¿Estas verdades son verdaderamente de un hombre? ¿O es la voz masculina de una mujer?

Aurora dijo...

Te está cachando Mujer, porque ya los hace satirizados, no te da pie al chiste.
Soy una de las otras verdades.
Qué honor!

Quiero saber quién sos. Quiero la cara del responsable de este blog.

Saludos


A.-

Aurora dijo...

JA!


Claro, me atrae porque me gusta la sátira, vos bien lo especificás "Este blog sin el de MQDLV no tiene razón de ser".

Si escribieras vos, tus propias cosas (ay! la puta madre, te estoy retrucando...) ahí, recién ahí podés decir que me gusta o no lo que escribís.


Brillante por su inteligencia, no sé a qué don que Dios te dio te referirás.

Saludos


A.-