viernes, 17 de abril de 2009

7mo A

Escuché que tocaron el timbre de al lado, en el 7mo B. A los pocos segundos, una voz de lobo feroz despidió abruptamente a una mujer. Miré por la rendija de la puerta y vi salir a una mujer vestida de rojo, digo vestida porque llevaba un vestido y no porque realmente estuviera del todo cubierta; que se dirigía al ascensor.

Volví a mi espera. En eso, escucho que se abre el ascensor, quizás la chica de rojo le permitió subir con una gentileza de la gente de esta pampa civilizada. Chequié cada una de mis partes. La corbata estaba bien puesta, el trasero ordenado adentro del pantalón y la camisa arremangada lo justo. Levante la mirada y esperé el golpe a la puerta. Nadie golpeó.

Volví a mi sillón a continuar con mi espera. Escuche en el silencio de la noche unos murmullos en lo de mi vecino. Una persona bastante, y sutilmente, conflictiva.

Al rato, pude escuchar como golpeaban la puerta del tan galante y falso vecino que me había tocado. Un hombre de clase social -media alta, en este caso- que se las daba de intelectual, con una casa llena de libros que jamás había leído y de los cuales algunos llevaban mi nombre.

Un silencio recorrió el edificio. Me arrimé a la puerta y volví a mirar. Una de las novias de mi vecino, la mujer desvestida de rojo había vuelto. Curioso ya que no solían regresar al menos en un par de días o semanas. Volvió a golpear y luego se colgó del timbre como si sonara con mayor intensidad al presionarlo más fuerte.

Finalmente él abrió y ella pasó. Se escucharon voces y gritos con el detalle de un gran final, con la dama de rojo corriendo por el pasillo regando con sus lágrimas la alfombra.
Momentos después, se volvió a abrir la puerta y se escucharon los pasos de una persona desilusionada y abatida. Seguramente mi vecino iba tras los pasos de la dama de rojo, juntando sus lágrimas de la alfombra para intentar demostrar que él no era un mal tipo. Pero esa triste escena, de un hombre cuyo valor intrínseco es infinitamente cercano a cero, no la vi. Yo me encontraba guardando en la heladera las cervezas tibias, víctimas de la espera. Ella nunca llegó y esa fue mi última cita a ciegas.

2 comentarios:

MQDLV dijo...

No puedo negar que me dio mucha, pero mucha risa... qué significa todo esto?

A.C. dijo...

Che! este blog me resulta conocido...pero esta genial!!!
Bs.